Manuel B. escribió: Alejandro Javier:
Sigues empleando el vocablo "determinado" en vez del "condicionado" que es el adecuado porque la elección puede estar determinado que la haga tal y como la hace, o no estar determinada y ser azarosa.
Creo que da igual que se realice una acción física por instinto o por inteligente voluntad. Ambas acciones se intentan realizar de acuerdo con los deseos que se tengan; y esos deseos son todos distintos según la genética que se tenga. Y esa genética les viene dada a todos los seres vivos sin intervención del receptor ni deseo alguno del mismo que se haya tenido en cuenta.
Y esta no distinción es filosófica, no científica. Estamos obligados a ser y desear tal y como somos física y psíquicamente, y a decidir hacer en consecuencia según esos dos condicionantes.
En líneas generales, la buena filosofía está para
dar soluciones reales a los problemas reales. De ahí que son reprobables las típicas
discusiones bizantinas sobre el sexo de los ángeles: ni llegan a conclusión alguna, ni resuelven problema real alguno.
Por eso, en el tema de la libertad y el libre albedrío, en vez de hacer discusiones filosóficas y metafísicas de salón, sin conclusiones por lo menos probables o plausibles, y frecuentemente con lamentables broncas mutuas, prefiero ir a resultados comprobables avalados por las ciencias de verdad; aquí, las ciencias de la mente, el comportamiento y la biología.
En estas ciencias, el vocablo
determinado no se usa en el sentido de
metafísica y absolutamente determinado, porque se sale fuera del objetivo de estas ciencias y, además, no es necesario este sentido para producir resultados progresivamente más consolidados en ciencia experimental.
Tomado así el vocablo
determinado, no en sentido metafísico especulativo, sino científico observacional y experimental, una cosa está clara en la etología de hoy.
Hay una diferencia esencial entre la conducta nutritiva del león según tu ejemplo y la conducta nutritiva del chimpancé según mi ejemplo.
Porque el león, en tu ejemplo, no puede elegir ni elige. Y el chimpancé, en mi ejemplo, puede elegir y elige. El león de tu ejemplo no tiene libre albedrío. El chimpancé de mi ejemplo sí que tiene libre albedrío.
Y este libre albedrío del chimpancé cuando decide cómo preparar las patatas que va a comer, libre albedrío mucho más elaborado y potente cuando una cromañona decide cómo preparar la comida familiar a mediodía en el hogar, tiene un contenido evidente, no según la
metafísica especulativa, sino según la
etología experimental.
O sea: ni el chimpancé ni la cromañona están determinados a preparar sus menúes por las características bioquímicas de los alimentos a su disposición, ni por el ambiente en el que se encuentran. Esos factores
influyen en sus decisiones, claro que sí, mas eso no reduce su capacidad de decidir libremente, su
libre albedrío, hasta el extremo de que estén forzados a hacer una preparación gastronómica en concreto.
Por eso la etología actual dice que, incluso si metafísicamente el chimpancé está fatalmente determinado a lavar las patatas o a no lavarlas, en cada caso concreto, o la cromañona a hacer croquetas de jamón en vez de cerdo asado con castañas y flambeado de coñac (o al revés)... no tenemos datos científicos que hagan viable tal hipótesis determinista a ultranza, y sí, en cambio, datos sobrados para concluir que la determinación de sus sendas conductas nutritivas es
interna, producto de una
decisión consciente y con
libre albedrío. En el nivel conceptual de la etología (que no es un nivel metafísico, insisto) las cosas son así.
Tomemos, por ejemplo, a tres etólogos señeros como son Konrad Lorenz, Niko Tinbergen y Vitus Dröscher (pronunciaciones: Cónrad Lórench, Nico Tímberguen y Vitus Dróser). No se trata de teólogos ensimismados en si el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo (solución católica romana) o solamente del Padre (solución ortodoxa europea oriental cristiana). Se trata de biólogos que estudian la conducta animal, incluida la conducta del cromañón, y que concluyen que etológicamente, en los animales superiores con un complejo sistema nervioso central y gran cerebro, esa conducta tiene a menudo rasgos atribuibles a elección
relativamente libre del organismo individual, y que, desde luego, reconocen que el nivel conductual del chimpancé ante las patatas que lavar para su comida es distinto y superior al de las lapas que, ante un mar embravecido, se pegan más a la roca en la que están, por reflejo programado genéticamente. Estos etólogos reconocen que el chimpancé (mas no la lapa) ofrece un ejemplo de
libre albedrío, en el nivel empírico etológico, y de libertad habitual para realizar su elección, en su entorno ecológico típico. Lo mismo para la cromañona cuando decide flambear el cerdo asado con patatas usando coñac. O bien vodca, si esa cromañona es polaca y le resulta más fácil obtener vodca que coñac en su país eslavo. Nada la obliga genética o ecológicamente a renunciar a preparar croquetas de jamón, o tiras de salmón con manzana asada, en vez del cerdo asado flambeado con castañas. Afirmar que sí que está determinada a preparar un plato en vez de otro podrá ser verdad; empero, incluso si es verdad, esa verdad pertenece al ámbito de la metafísica o de la teología, no de la etología científica, por mucho que
teología y
etología sean dos palabras que suenen de modo parecido.
En consecuencia,
etológicamente, no da igual que se realice una acción física por instinto o por inteligente voluntad. Teológica o metafísicamente, puede que sí, mas aquí no entro directamente en tal ámbito.
Etológicamente, si una acción se realiza por inteligente voluntad, hay libre albedrío. Y eso, en el caso del cromañón, acerca considerablemente al cromañón (o a la cromañona) a su autorrealización y a su felicidad. Esto también se ha comprobado en animales distintos al cromañón.
En un nivel
científico y etológico, sin entrar en un nivel
filosófico metafísico,
no estamos
obligados a ser y desear tal y como somos física y psíquicamente, y a decidir hacer en consecuencia según esos dos condicionantes. Porque lo que somos física y síquicamente, en este sentido sólo nos
condiciona parcialmente, en vez de
determinarnos totalmente, sin margen de libre albedrío.
Ya sé, Manuel B., que este mensaje está resultando largo, prolijo y reiterativo. Pero era fundamental proceder así para que entendieses que estoy argumentando en un nivel científico empírico, en vez de hacerlo en un nivel filosófico metafísico teológico especulativo.
Y, sinceramente, pienso que ahora entiendes cuál es el hilo de mi argumentación a favor del reconocimiento del libre albedrío como
concepto etológico experimentalmente observable y bien fundado.
¿Por qué los etólogos actuales no trabajan con la hipótesis determinista? Porque no parece viable, no aporta nada heurísticamente y choca con la dinámica observada en las conductas reales de los organismos vivos más evolucionados, a través de sus ecosistemas naturales. No son máquinas que reaccionen pasiva y mecánicamente a estímulos; los grandes vertebrados de sangre caliente (y otros animales también) son parcialmente sujetos creadores de su propia conducta. La hipótesis del animal-máquina está hoy, experimentalmente,
desechada. Como dice Konrad Lorenz:
El animal sano está activo y hace algo.
Vuelvo finalmente al no por tópico menos ilustrativo ejemplo del cromañón que pinta un magnífico cuadro. Incidentalmente,
hay también chimpancés pintores, y cuyos cuadros están muy cotizados en las galerías de arte. Ahora bien, este cromañón, biológicamente parecido al chimpancé pero desde luego distinto a él, no está empíricamente
determinado, según la etología, a pintar su cuadro de un modo en vez de otro. Aunque
metafísicamente, teológicamente, pueda estarlo. En eso, insisto, no voy a entrar aquí. Etológicamente, tiene
libre albedrío interno y
libertad externa para pintar ese cuadro.
A ver quién es el guapo que niega esto con razones científicas experimentales, en vez de con especulaciones metafísicas y teológicas de salón.