Diego Gómez escribió:Por cierto en su día (hace ya más de 20 años) compré y leí el libro que recomiendas Alexandre, de hecho lo mantengo en mi paupérrima biblioteca personal de libros en papel. Lo compre sin saber nada del autor. Pero ya me interesaba mucho el intentar leer alguna escapada coherente al argumento de o necesidad o contingencia.
El texto al final no salía de ciertas peticiones de principio, y no conseguía escapar del problema de la racionalidad como diferencia para hacer necesario un comportamiento o por el contrario producir un comportamiento que siendo racional (se produce desde una racionalidad) no ha sido diferenciado suficientemente desde la racionalidad para ser necesario y por lo tanto desde las mismas razones se dan probabilidades que permiten tanto uno como otros comportamientos (los composibles o contingentes dentro de los límites racionales y probables). De hecho en ese libro paradójicamente se recalca evidentemente tal problemática, y no la consigue resolver, sino que simplemente llama "brecha" y "libertad" a que no haya razones suficientes para hacer necesario un comportamiento; sin arreglar el problema de que entonces los comportamientos posibles no tienen ninguna razón que diferencie hasta hacer necesaria ninguna de ellas que por ello mismo son posibilidades, frente a una necesidad.
Me ha producido una agradable sorpresa que citaras este libro por la coincidencia necesaria o contingente de que yo lo tenga; y tengo que reconocer que para contestar he tenido que ojear de nuevo tal volumen, pues hace muchos años que lo tengo guardado en el polvo de lo que no se usa de la pequeña colección de libros de papel que me han quedado en los periplos de mi vida.
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Hay exposiciones y pensamientos discursos del lenguaje que son incoherentes, y nunca saldrán de la incoherencia porque son incoherentes, lo que puede cambiar es que se cataloguen correctamente como incoherentes.
El contenido de mi mensaje en el que te respondo ahora va a ser sorprendente. Pero, más que sorprendente para ti, va a ser sorprendente para quienes no diferencian el diálogo filosófico de la gresca al estilo de
yo soy más listo que tú.
El caso es que ambos coincidimos en dos puntos importantes sobre el libro de John Searle.
El primer punto es que ambos hemos leído
entero ese libro.
El segundo punto es que ambos concluimos que
se trata de un libro muy flojo e inconcluyente.
Y mis argumentos de fondo contra el libro
Razones para actuar. Una teoría del libre albedrío. son semejantes a los tuyos. Veamos por qué.
En su libro, John Searle elude algo fundamental, que tendría que ser evidente ya para el sesudo filósofo y lingüista quien ha escrito tal libro: que, incluso si admitimos el libre albedrío como capacidad emergente en ciertos animales con sistema nervioso, estructuras sicológicas y organización social de alto nivel, la acción realizada con libre albedrío, la acción realizada con (relativo, pero no nulo) libre albedrío queda
determinada por el peso de las preferencias de quien la decide y realiza.
Por eso, cuando el peso de las preferencias es bien conocido, la acción es del todo previsible, como dice Schopenhauer en su conocido (y acertado)
determinismo sicológico. Actualizando un ejemplo de Schopenhauer, pongamos el caso de un gran pintor con reputada obra y solvente clientela, que puede elegir entre vivir en dos territorios de excelente clima, uno de ellos sin embargo expuesto a frecuentes erupciones volcánicas, terremotos y maremotos, o sea la isla canaria de La Palma, y otro sin tales inconvenientes, o sea una zona casi costera de Florida, cerca de una gran ciudad como Miami pero, a la vez, suficientemente lejos como para evitar los inconvenientes de una gran ciudad, y el peligro de inundaciones marítimas, ciclones, volcanes o terremotos; una zona de Florida sísmica, talasológica, climática y vulcánicamente segura, con clima semitropical o cuasitropical todo el año. Libre, por otro lado, de la delincuencia común o de conflictos bélicos.
¿Dónde pondrá este pintor su estudio artístico? Claro que lo pondrá en una cómoda, segura y agradable localidad de Florida próxima al mar. No lo pondrá en un punto isleño de La Palma próximo al volcán de Cumbre Vieja. exponiéndose una y otra vez a que su casa quede arrasada por la lava, por un terremoto, por una inundación marítima o por un repentino viento huracanado, además de respirar frecuentemente el aire tóxico cargado de las cenizas volcánicas.
Es fácil deducir de lo anterior que
soy a la vez librealbedrista y determinista.
Soy
librealbedrista porque considero que, en estos animales de neurosiquismo superior, por ejemplo un cromañón como tú o yo, emerge la capacidad de autodeterminar parcialmente la propia conducta del organismo; ya no nos encontramos ante determinaciones puramente fisicoquímicas y externas al yo decisor. Y soy
determinista porque considero que, en esta situación, el individuo decide y actúa
necesariamente según lo que estime que lo acercará más a su bienestar, a su felicidad.
Sí, ya sé que puede parecer muy raro considerar que el
libre albedrío, bien entendido, vuelve a desembocar en el
determinismo, ahora matizado y también rectamente entendido. Pero, puesto que, evidentemente, no intento tomaros el pelo, considerad, por lo menos, si es plausible mi estimación emergentista que sintetiza y armoniza el libre albedrío con el determinismo. En el fondo, mi argumentación casi calca ciertas expresiones, muy significativas, del propio Dosyogoro. Y no es casualidad.
Cordialmente, de Alexandre Xavier Casanova Domingo, correo electrónico trigrupo @ yahoo . es (trigrupo arroba yahoo punto es). La imagen del avatar gráfico es una fotografía que me identifica realmente, no retocada, tomada en septiembre del año 2017.